En días
pasados, en algún lugar de España, se anunció vía streaming el resultado
del Premio Primavera de Novela 2023, auspiciado por Planeta; sólo hizo falta una
alfombra roja, sin embargo, no asistió a la premiación sino un reducido grupo
de invitados: el representante del Corte Inglés —seguro patrocinador—, la
presidenta del jurado y una periodista especializada en temas literarios que conducía
mecánicamente entusiasmada el evento.
Después de las presentaciones y la risa diplomática, se expusieron los
detalles de las obras concursantes: se inscribieron 1335 novelas, de las cuales
665 fueron de España, 210 de Argentina, 90 de México, 87 de Colombia, y las demás
repartidas entre Venezuela, Cuba, Chile, Perú, Canadá, Estados Unidos y algunos
otros países. Las temáticas, en lo que me parece un resumen —más o menos válido—
sobre las formas que adopta la novela contemporánea, son muy variadas. En España
y sus comunidades autónomas, la literatura pandémica y post pandémica va en
descenso y se evidencia una preocupación trans género, se presentan diversos
tipos de novelas: negra/histórica (sobre todo el género bíblico y andalusí),
costumbristas de sagas familiares “con un marcado sabor erótico”, sobre vidas
de pintores, de carácter erótico, thrillers negros, clásicos e históricos;
novelas históricas, contemporánea y de tintes clásicos; novelas contemporáneas
“más femeninas, de gran altura literaria”, género andalusí y mozárabe “con
personajes históricos femeninos potentes”; novelas de carácter femenino e
intimista “de poder evocador muy literario”; novelas “en donde Barcelona
aparece en todo su esplendor, como un fenómeno literario en sí mismo”; novelas
de carácter histórico “sobre la guerra civil y el exilio como motivo y género”,
y de carácter más medieval, “en donde se mezcla lo histórico con la novela
negra”. Una variedad consonante con los números de participantes que registran.
En el panorama latinoamericano los temas son menos variados: En Argentina
destaca la novela femenina y el thriller negro “de marcado carácter
psicológico”; en Colombia algo que llaman Actualidad del país, en donde
presentan “novelas muy centradas en la propia idiosincrasia del país, la guerra
contra los narcos, las FARC”; Bolivia destaca con novelas del Nuevo Mundo, y en
México los “autores jóvenes que presentan novelas negras violentas, con un
marcado argot lingüístico”.
Parece
haber una pobre diversidad de temas en Latinoamérica, para las 593 novelas que
participaron. Habría que preguntarnos sobre el método y el rigor que aplicaron
los jueces en sus reportes, probablemente empeñándose más en el país del que es
originario el concurso. En todo caso, no deja de resultar fascinante el rumbo
que toman los novelistas en sus inquietudes o ineptitudes intelectuales, y los
recursos que utilizan para resolver aquello que la novela tiene por razón: el
cuestionamiento de los grandes problemas de la existencia. Por supuesto que hay
trazas de la naturaleza y la historia de los pueblos, de sus lecturas y los
fenómenos literarios: ¿no es evidente la búsqueda del tema ideal para lanzarse
al estrellato —los de Planeta le llaman “consagración literaria”—, para entrar
en los terrenos de las grandes ventas? Mal pensado, encuentro en España los
restos de Ruiz Zafón (al que soy intolerante y que sin embargo vende millones
de libros a pesar de su fallecimiento en el 2020), y a Dan Brow (al que no he
leído ni leeré), pero también de Umberto Eco (El nombre de la rosa), que
por supuesto no es un mal vendedor. Es evidente el gusto por la novela negra y
sus variaciones, y me atrevería a decir que es un género que está en boga, lo
mismo que la literatura femenina y aquello que tenga que ver con la comunidad
LGTB. Analizando lo correspondiente a Latinoamérica, Argentina luce por
naturaleza traje a la europea, con el género negro —que le queda muy bien, y
que se remonta a los 80 del siglo pasado, aunque Borges ya publicaba cuentos
detectivescos—; singular Bolivia pensando en el Nuevo Mundo, en los tiempos en
los que escupimos al pasado de los colonizadores —habrá que ver el tratamiento
del tema—, y triste, a mi parecer, Colombia y México, sin salir del espiral del
tema del narco y la violencia —la violencia, ¿cómo atuendo de nuestra vivencia
cotidiana, como un análisis de la descomposición social, como apología? —, no
obstante México en el plan de novela negra y haciendo gala de un idioma que se
enriquece con el argot de todas nuestras regiones.
El
premio Primavera lo ganó una historiadora malagueña con su primera novela: Las
brujas y el inquisidor —que versa sobre un evento relacionado con la
hechicería y la Santa Inquisición—, lo que me trae nuevamente un montón de cuestiona
mientos,
la mayoría de los cuales no puedo responder sin leer el libro mismo; pero,
nuevamente mal pensado, me acomodo en la idea de que ganan los temas que
atrapan por el morbo, y que por su naturaleza tienen mucho de televisivos y
vendibles. La profesora Elvira Roca Barea, ganadora por unanimidad —qué más
podrían decir—, agrega que la novela está escrita bajo la premisa de divertir y
enseñar, y que lo que divierte “no tiene que ser de mala calidad”, estamos de
acuerdo.
Me
parece acertado que Planeta —convertida en grupo al apropiarse de otras
editoriales en 1980—, capaz de anunciar un ganador de libro en febrero y
publicarlo un mes después, nos de la imagen del quehacer literario en lo
tocante a la novela, relación que probablemente no sirva como un referente para
la investigación, pero sí como un esbozo de las tendencias creativas de la
época. En abril de este año, a propósito, se darán los resultados —con suerte— de
los Premios Estatales de Literatura 2022, lo que mantiene en ascuas a más de algún
compañero de letras. ¿No sería deseable saber el derrotero de la novela
bajacaliforniana? Por el conocimiento de la literatura que se hace en la
localidad, por la comprensión de nuestras inquietudes existenciales, por saber
si los caminos que decidimos son los mejores para expresar las ideas. ¿Cuántas
novelas participan?, ¿de qué tipo?, ¿cuál es su calidad?, ¿qué herramientas
manejamos los novelistas asentados en el estado?, ¿en qué municipios se produce
más y mejor narrativa? A veces parece que preferimos el anonimato, o
sencillamente no tenemos la idea de cómo utilizar la información. ¿Qué otro
proyecto aglutina a más creadores asentados en la localidad? A las anteriores
preguntas podríamos sumar: ¿Qué vías tomamos para publicar?, ¿cuántos nos
autopublicamos?, ¿qué editoriales ofertan su espacio a los escritores del
norte? Como en muchas cosas, parece que vamos solos y a ciegas, y lo cierto es
que el conocimiento de nuestra realidad es lo único que nos posibilita entender.
¿Qué mejor oportunidad? Las instituciones pueden decidir sobre la opacidad de
sus resultados, llamémosle secrecía, pero lo mismo darnos de manera profesional
el estado que guarda la literatura que hacemos; ¿el Instituto de Cultura de
Baja California tiene la capacidad intelectual de realizar dicho análisis?, no
me cabe duda, las mejores mentes en el área cultural deben estar ahí.
Para
cerrar, hubo al menos una obra mandada desde Baja California al Premio
Primavera de Novela 2023, una novela de corte erótico e intimista, que aborda
la naturaleza de las relaciones amorosas mal vistas en nuestra sociedad —y sin
embargo muy extendidas—, es decir, aquellas en donde prevalece la infidelidad. Es
evidente que no pintó ni para ser tomada en cuenta en los reportes.