miércoles, 17 de enero de 2024

José Agustín

 

 


 

No hace mucho leí un texto de Fernanda Melchor sobre José Agustín que me pareció sencillamente lo esperado: creo entender que todos nos encontramos al escritor de la onda cuando teníamos no más de 18. Yo lo leí quizá a los 16 o 17, y efectivamente, José Agustín nos regaló algo de lo que carecíamos y muchos adolescentes siguen buscando: una voz propia que no resuene sólo en nosotros. La tumba es un libro para iniciar la lectura de por vida con ganas de ser escritor, con Se está haciendo tarde (final en laguna) vamos madurando la comprensión de nuestro extravío, pero con Ciudades desiertas dejamos de creer en lo sublime y encontramos la belleza en otros tonos.

Un autor inicial, es decir, en nuestras etapas primarias de lectura, puede estar condenado al olvido, a quedar enterrado entre los escritores que le preceden. Después de leer a José Agustín me aventuré de forma natural con Parménides García y Gustavo Sainz, y posteriormente con los latinoamericanos del boom: García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes… Regresé con Rulfo, Borges, Carpentier; me detuve en sutilezas como Bioy Casares y Silvina Ocampo, incluso en Puig; regresé a México con Pacheco, Ibargüengoitia, Arreola, Yáñez, del Paso… Y me despedí por muchos años de las letras nacionales —encontré, por ejemplo, a José Agustín en Scott Fitzgerald—, paseando de los franceses a los ingleses, de los rusos a los otros europeos, y a los gringos, en un viaje que comenzó mucho antes con las letras primigenias de los clásicos: Homero, Dumas, Flaubert, Orwell, Verne, Scott, Shelley, las hermanas Brontë, Austen… hasta mi salto monumental a José Agustín, que evidentemente fue un parteaguas en mis lecturas, pero también en mi forma de expresar las ideas —en mis textos de aquellos años abundaba el lenguaje crudo, coloquial—, y de buscarlas.

Los libros que hoy leo son el resultado de exploraciones más complejas, de gustos bien trabajados, y de búsquedas personales que se relacionan con mis proyectos. No hace mucho retorné a José Agustín buscando una relación con otro de mis autores preferidos, Roberto Bolaño, y el resultado no fue únicamente el placer de leer, sino el placer de escribir (Las aventuras de los cobardes), como un cierre parcial a un tramo de vida dedicado a la literatura que duró más de 30 años. Es decir, hablamos de un escritor que generó algo más allá del placer, que se instaló en una mecánica de vida, que implantó imágenes imborrables (como la del polaco cogiendo con la esposa de Eligio), y que al final terminó por ser entrañable.

Así, con los años se fue perdiendo la espontaneidad y se fue ganando una dudosa cordura—como el mismo José Agustín con la insufrible novela Vida con mi viuda—, así, engrosando la voz y perdiendo la virginidad, así, dejando atrás la adolescencia, así, comenzando a morir, de a poco.

jueves, 1 de junio de 2023

APUNTES SOBRE EL ACTUAL ESTADO DE LA NOVELA

 


En días pasados, en algún lugar de España, se anunció vía streaming el resultado del Premio Primavera de Novela 2023, auspiciado por Planeta; sólo hizo falta una alfombra roja, sin embargo, no asistió a la premiación sino un reducido grupo de invitados: el representante del Corte Inglés —seguro patrocinador—, la presidenta del jurado y una periodista especializada en temas literarios que conducía mecánicamente entusiasmada el evento.

Después de las presentaciones y la risa diplomática, se expusieron los detalles de las obras concursantes: se inscribieron 1335 novelas, de las cuales 665 fueron de España, 210 de Argentina, 90 de México, 87 de Colombia, y las demás repartidas entre Venezuela, Cuba, Chile, Perú, Canadá, Estados Unidos y algunos otros países. Las temáticas, en lo que me parece un resumen —más o menos válido— sobre las formas que adopta la novela contemporánea, son muy variadas. En España y sus comunidades autónomas, la literatura pandémica y post pandémica va en descenso y se evidencia una preocupación trans género, se presentan diversos tipos de novelas: negra/histórica (sobre todo el género bíblico y andalusí), costumbristas de sagas familiares “con un marcado sabor erótico”, sobre vidas de pintores, de carácter erótico, thrillers negros, clásicos e históricos; novelas históricas, contemporánea y de tintes clásicos; novelas contemporáneas “más femeninas, de gran altura literaria”, género andalusí y mozárabe “con personajes históricos femeninos potentes”; novelas de carácter femenino e intimista “de poder evocador muy literario”; novelas “en donde Barcelona aparece en todo su esplendor, como un fenómeno literario en sí mismo”; novelas de carácter histórico “sobre la guerra civil y el exilio como motivo y género”, y de carácter más medieval, “en donde se mezcla lo histórico con la novela negra”. Una variedad consonante con los números de participantes que registran. En el panorama latinoamericano los temas son menos variados: En Argentina destaca la novela femenina y el thriller negro “de marcado carácter psicológico”; en Colombia algo que llaman Actualidad del país, en donde presentan “novelas muy centradas en la propia idiosincrasia del país, la guerra contra los narcos, las FARC”; Bolivia destaca con novelas del Nuevo Mundo, y en México los “autores jóvenes que presentan novelas negras violentas, con un marcado argot lingüístico”.

Parece haber una pobre diversidad de temas en Latinoamérica, para las 593 novelas que participaron. Habría que preguntarnos sobre el método y el rigor que aplicaron los jueces en sus reportes, probablemente empeñándose más en el país del que es originario el concurso. En todo caso, no deja de resultar fascinante el rumbo que toman los novelistas en sus inquietudes o ineptitudes intelectuales, y los recursos que utilizan para resolver aquello que la novela tiene por razón: el cuestionamiento de los grandes problemas de la existencia. Por supuesto que hay trazas de la naturaleza y la historia de los pueblos, de sus lecturas y los fenómenos literarios: ¿no es evidente la búsqueda del tema ideal para lanzarse al estrellato —los de Planeta le llaman “consagración literaria”—, para entrar en los terrenos de las grandes ventas? Mal pensado, encuentro en España los restos de Ruiz Zafón (al que soy intolerante y que sin embargo vende millones de libros a pesar de su fallecimiento en el 2020), y a Dan Brow (al que no he leído ni leeré), pero también de Umberto Eco (El nombre de la rosa), que por supuesto no es un mal vendedor. Es evidente el gusto por la novela negra y sus variaciones, y me atrevería a decir que es un género que está en boga, lo mismo que la literatura femenina y aquello que tenga que ver con la comunidad LGTB. Analizando lo correspondiente a Latinoamérica, Argentina luce por naturaleza traje a la europea, con el género negro —que le queda muy bien, y que se remonta a los 80 del siglo pasado, aunque Borges ya publicaba cuentos detectivescos—; singular Bolivia pensando en el Nuevo Mundo, en los tiempos en los que escupimos al pasado de los colonizadores —habrá que ver el tratamiento del tema—, y triste, a mi parecer, Colombia y México, sin salir del espiral del tema del narco y la violencia —la violencia, ¿cómo atuendo de nuestra vivencia cotidiana, como un análisis de la descomposición social, como apología? —, no obstante México en el plan de novela negra y haciendo gala de un idioma que se enriquece con el argot de todas nuestras regiones.

El premio Primavera lo ganó una historiadora malagueña con su primera novela: Las brujas y el inquisidor —que versa sobre un evento relacionado con la hechicería y la Santa Inquisición—, lo que me trae nuevamente un montón de cuestiona
mientos, la mayoría de los cuales no puedo responder sin leer el libro mismo; pero, nuevamente mal pensado, me acomodo en la idea de que ganan los temas que atrapan por el morbo, y que por su naturaleza tienen mucho de televisivos y vendibles. La profesora Elvira Roca Barea, ganadora por unanimidad —qué más podrían decir—, agrega que la novela está escrita bajo la premisa de divertir y enseñar, y que lo que divierte “no tiene que ser de mala calidad”, estamos de acuerdo.

Me parece acertado que Planeta —convertida en grupo al apropiarse de otras editoriales en 1980—, capaz de anunciar un ganador de libro en febrero y publicarlo un mes después, nos de la imagen del quehacer literario en lo tocante a la novela, relación que probablemente no sirva como un referente para la investigación, pero sí como un esbozo de las tendencias creativas de la época. En abril de este año, a propósito, se darán los resultados —con suerte— de los Premios Estatales de Literatura 2022, lo que mantiene en ascuas a más de algún compañero de letras. ¿No sería deseable saber el derrotero de la novela bajacaliforniana? Por el conocimiento de la literatura que se hace en la localidad, por la comprensión de nuestras inquietudes existenciales, por saber si los caminos que decidimos son los mejores para expresar las ideas. ¿Cuántas novelas participan?, ¿de qué tipo?, ¿cuál es su calidad?, ¿qué herramientas manejamos los novelistas asentados en el estado?, ¿en qué municipios se produce más y mejor narrativa? A veces parece que preferimos el anonimato, o sencillamente no tenemos la idea de cómo utilizar la información. ¿Qué otro proyecto aglutina a más creadores asentados en la localidad? A las anteriores preguntas podríamos sumar: ¿Qué vías tomamos para publicar?, ¿cuántos nos autopublicamos?, ¿qué editoriales ofertan su espacio a los escritores del norte? Como en muchas cosas, parece que vamos solos y a ciegas, y lo cierto es que el conocimiento de nuestra realidad es lo único que nos posibilita entender. ¿Qué mejor oportunidad? Las instituciones pueden decidir sobre la opacidad de sus resultados, llamémosle secrecía, pero lo mismo darnos de manera profesional el estado que guarda la literatura que hacemos; ¿el Instituto de Cultura de Baja California tiene la capacidad intelectual de realizar dicho análisis?, no me cabe duda, las mejores mentes en el área cultural deben estar ahí.

Para cerrar, hubo al menos una obra mandada desde Baja California al Premio Primavera de Novela 2023, una novela de corte erótico e intimista, que aborda la naturaleza de las relaciones amorosas mal vistas en nuestra sociedad —y sin embargo muy extendidas—, es decir, aquellas en donde prevalece la infidelidad. Es evidente que no pintó ni para ser tomada en cuenta en los reportes.

miércoles, 1 de junio de 2022

Literatura Vestigial Bajacaliforniana

 


¿Qué se escribió en Baja California y nunca llegó a los lectores?, o bien, se publicó y por su pobre distribución desapareció; ¿qué dejó de publicarse por la censura o la autocensura?, ¿qué pasó inadvertido y sencillamente no dejó rastro? (Al paso que voy, mi literatura será algo similar). Esas obras no publicadas, perdidas o sepultadas por los propios autores, ¿influenciaron a alguna de nuestras estrellas, de nuestros escritores campeones? Recordemos que la literatura es un juego de influjos, que como ondas gravitacionales afectan a todos; o bien, como una suerte de carambolas que mueven cuerpos e ideas a partir de roces o choques.

 

Encuentro dos textos motivantes que tocan el tema: Vestigio y especulación, textos anunciados, inacabados y perdidos de la literatura chilena, editado por Nibaldo Acero, Jorge Cáceres y Hugo Herrera Pardo; e Historia de los libros perdidos, ensayo de Giorgio Van Straten.

 

¿Cómo definir a la literatura vestigial? Van Straten aclara: «Los libros perdidos son aquellos que existieron y ya no existen. No son los libros olvidados que, como sucede a la mayoría de los hombres, desaparecen poco a poco del recuerdo de quien los ha leído (…). Esos libros es posible encontrarlos en algún fondo de biblioteca, y un editor curioso podría reimprimirlos (...). Tampoco son los que nunca nacieron; fueron pensados, ansiados y soñados, pero las circunstancias impidieron escribirlos». Acero, Cáceres y Herrera Pardo, profundizan en los problemas que se presentan en el proceso literario, como sucede en la producción y distribución y circulación de los libros, igual «bajo el control de la letra impresa por medio de instituciones ligadas a las diversas formas del poder (…). Se trata de historias y problemáticas segregadas por la “pureza de la idea” o las condiciones técnicas materiales». Para los autores chilenos, una definición concreta de la literatura vestigial abarca libros fragmentados, inacabados y nunca escritos y/o publicados, y de los que se puede encontrar alguna referencia.

 

Así, resulta al menos tentador preguntarnos sobre aquellos textos fragmentados, inacabados y nunca escritos y/o publicados, es decir, perdidos, que formaron parte de la producción narrativa de nuestros colegas bajacalifornianos o asentados en el territorio norte.

 

¿Por dónde comenzamos?

 

El que intente esta obra colosal u absurda deberá conocer abismalmente la literatura que se ha hecho en Baja California, y encontrar aquellas referencias que detonen una investigación más fina. ¿Quién, qué instituciones cuentan con acervos literarios decentes? Desde luego la UABC, Gabriel Trujillo por supuesto, se sabe que el joven Eric Jair Palacio tiene una colección abierta al público, y quizá el mismísimo Rael Salvador; seguramente los señores docentes/investigadores de Lengua y Literatura hispanoamericana tendrán sus tesoros guardados, y algunos entusiastas de lo efímero o lo austero, o lo escasamente espectacular. Entonces, encontrados estos filones, habrá que leer con la ilusión de los gambusinos y entendernos con los esqueletos petrificados, y evaluar como buenos hombres de ciencia el impacto de los golpes en el aire cálido y en la palabrería de la multitud, y el resultado de la suma de los suspiros.

 

Quizá lo cierto sea que la fortaleza de una literatura (local o nacional), se mida por el conocimiento de la obra perdurable o perecedera, por lo que circuló o no, por lo que se diseñó y se logró, o no, y a partir de ahí reconocernos en el espejo de la literatura, para entender mejor el horror y la belleza, y también para escribir con la fortaleza posicionarse en la historia de lo contado, pero también de lo extraviado.

 

Para cerrar, dejo esta referencia parcial que a mi me parece inquietante y hermosa: Manta. C. (1977). Indicios, memorias y textos extraviados de la literatura bajacaliforniana

 

(Publicado originalmente en el suplemento Palabra)

miércoles, 16 de marzo de 2022

AUTOPUBLICACIÓN

 


A raíz de un diálogo en lo más banal de la red, Facebook, mira nada más, surgió una serie de cuestionamientos que me parecen relevantes en el acto ¿suicida? de la autopublicación. Antes debo aclarar ciertos aspectos, para contextualizar:

 

Uno: hace un año me parecía una locura la autoedición, “no ni madres”, me decía con el orgullo de haber sido publicado sin pagar, y a pesar de la pobrísima distribución de mis libros.

 

Dos: mi recorrido tocando puertas, usemos todos los lugares comunes posibles para acomodarnos en la desvergüenza, viene de lustros atrás; he buscado acomodo en pequeñas, medianas y grandes editoriales. El 80 % de las veces no responden, cuando lo hacen es común leer: “no estamos aceptando textos”, y poquísimas rechazan el texto con gallardía: “el texto no entra en ninguna de nuestras líneas editoriales”, o algo parecido.

 

Tres: cuando una editorial aceptó trabajar con mi última novela, cuando finalmente respondieron que “sí” (previo pago, que chiste), resolvió hacerlo sin su propio sello. En ese sentido debo quitarle sangre al asunto, puedo aceptar que mi trabajo es de mediana calidad, pero ese tipo de cosas prefiero que las afirmen los lectores y no quien que me cobra por publicar.

 

Cuatro: en acto de escribir y publicar, en la formación del escritor (antes lector), va el hecho inherente del reconocimiento de las debilidades y las fortalezas propias, así como el desdén creciente a la industria editorial que, efectivamente, no tiene que pensar más que en sus ingresos, pues de negocios se trata. Desdén, por cierto, como venganza por aquel que recibimos los escritores modestos, pero vaya que es un desprecio asimétrico.

 

Así se gesta el abrazo a la autoedición. Parece que decimos “a la chingada”, y nos ponemos cómodos en la zanja que está al lado de la autopista de los bien publicados. No es baladí. ¿Qué deseamos?, ¿el placer onanista de ver nuestro libro en papel?, ¿darnos a conocer? Ni siquiera menciono en la posibilidad de volvernos ricos, ja. Cada escritor tendrá sus motivaciones, lo que es innegable es que primariamente deseamos ser leídos.

 

A todo esto, he publicado recientemente dos novelas en Amazon, dos novelas premiadas que no se distribuyeron ni rogándole a Dios. ¿Qué opciones tenía? La otra era publicar en papel y hacer mi propia distribución, con lo que seguía a caballo. En serio, ¿han tomado en cuenta el tiempo que gastamos en enviar UN libro? No sé los demás aplaudidos escritores, pero a mi me resulta insufrible ir a las oficinas de correos (porque sale más barato), y perder una hora haciendo fila, sin hablar de los escasos ejemplares que nos regalan por ser pequeños triunfadores.

 

No es trivial, vaya que no. Autopublicarse es salirnos del camino, ¿cuál camino? El de los escritores despeinados, el de los escritores rebeldes, ¿o el de los triunfadores? Creo que deseamos, jodidos o bienaventurados, llegar a la gente, tanto así que pagamos por poner guapa a una novela, editarla pues, y subirla a pesar de que, efectivamente, no vamos a ganar dinero con ello. Pagar por la edición cuesta varios miles que no tenemos ni antes ni durante la Cuarta, pero está la posibilidad sí, mi apreciada Rosa Espinoza, de darnos a conocer. Para nada es trivial. ¿Qué sucedió con la integración de las pequeñas y medianas editoriales a Alfaguara y Planeta por ahí de los noventa? Se modificó la geografía literaria, las posibilidades de publicar cambiaron también, y de ahí la importancia de las editoriales independientes. Sin embargo, ¿quién accede a esas otras editoriales?, ¿quién se acerca a ellas?, ellas ¿a quién prefieren publicar? Creo que se convierte en un juego de supervivencia, y en esos juegos parece que se trata también de ganar a costa de lo que sea.

 

Puntualizando: no soy un escritor codiciado, tampoco codicioso (por cierto), y trato de hacer mi trabajo: escribir, sin distraerme demasiado. Si me he editado es porque no todos tenemos para pagar los gastos de la edición, porque en el oficio andamos, porque es complicado entenderse con los mecánicos, con los abogados, con los médicos y con algunos editores; porque nos hallamos con la idea de escribir, lo mejor posible técnicamente hablando, y porque planteamos nuestra visión modesta para contribuir, para tratar de descifrar la realidad y aportar, para cagarnos en la mediocridad de algunas propuestas que también pretenden convencernos de la propia validez de su idea de la vida, pero sobre todo para no dejar de hacer lo que nos gusta.

 

Creo que lo que pretendemos es establecer nuestro “espacio literario”, que es un territorio, un lenguaje y unas ideas que defendemos como perros ante cualquier editor, aunque muchas veces no tengamos la razón.

 

Por cierto, una de las dos novelas que subí a Amazon está libre para su distribución electrónica.

miércoles, 16 de febrero de 2022

El escritor modesto


 

(Texto que publiqué en el suplemento Palabra)

¿Kafka era un escritor menor, hacía literatura menor? ¿Por qué no habría de serlo?, en sus novelas abunda lo absurdo, ¿por qué habría de interesarnos la transformación de Gregorio Samsa, o las tribulaciones del señor K? Y, ¿qué necesita una novela para ser buena, un autor para convertirse en mayor? ¿La meta de cualquier escritor debería ser convertirse en un escritor mayor? “Mayor”, “menor”, ya suena desagradable la jerarquización.

 

El concepto de literatura menor no es el de Deluze, que se refería a la literatura que hace una minoría dentro de una lengua mayor, pero tampoco nos referimos a la subliteratura, concebida para el consumo masivo, con temas asequibles y simplones. Nos referimos a la literatura que busca (más o menos leída), a la manera de Kundera para entender la razón de la novela, examinar hasta el límite algunas de las condiciones de la existencia. ¿Cuántos escritores pueden trascender los lindes de la literatura que se hace en su tiempo?, ¿cuántos de nosotros seremos leídos en una década? En ciencia, la “popularidad” de un científico se mide en términos de las citas de sus publicaciones, lo que nos habla de la pertinencia de su trabajo, de la trascendencia de sus hipótesis para generar un soporte y el flujo del conocimiento. En literatura priva la subjetividad, los premios no nos dan sino cierto gesto de lo que está ocurriendo en el espacio creativo (no me parece atrayente hacer un análisis de los premios y los premiados), las ventas nos hablan del gusto de la gente por los títulos (de forma gruesa), así como de las campañas de éxito, pero me atrevo a decir que la literatura es más compleja que la ciencia misma, y que sus valores no son cómodamente cuantificables. “Buena” y “mala” literatura se convierte en una acepción personal. A diferencia de la divulgación de la ciencia, que, aunque restrictiva en términos técnicos e incluso económicos, tiene un camino bien trazado para la explicación de la realidad e incluso un método para su cuestionamiento, la literatura clara y afortunadamente camina por el caos y la anarquía; la riqueza de la literatura está en la pluralidad, en la complejidad de formas para representar lo real, o explicarlo.

 

No todos los escritores lo hacemos bonito. Me refiero a la escritura. Encontré en Mishima clímax suaves, planicies tensionales que parecen largas pausas en las desgarradoras vivencias de los personajes; encontré abrumadoras descripciones en Proust, interminables párrafos para describir nimiedades de la vida; en Perec un afán obsesivo por explicarlo TODO, en Miller el razonamiento lúcido, lúbrico, como forma de expresión; en Roberto Bolaño la construcción de realidades alternas en donde lo real y lo ficticio se confunden, en Kundera la broma como herencia de Kafka, formas perfectas de plantear la historia. Diversidad. Pero en todos ellos la búsqueda de la explicación está presente, su planteamiento sobre las banalidades de la existencia, la razón que le dan a las cosas de lo humano.

 

En esa medida, el escritor menor, el no premiado, el pobremente publicado, el no vendido, lanza sus propias premisas, bajo sus convenciones y sus influjos, con su pobre o rico canon literario, intenta explicar lo que considera importante. ¿Qué lo hace bueno, qué lo hace malo? ¿Existe algún tema inédito en la historia de la literatura? La exploración se hace en un vehículo particular, con el propio combustible, ¿para qué nos alcanza, a dónde vamos a llegar con lo que tenemos? En esa línea de salida se aglomeran los más leídos, los menos, los malos, los buenos escritores, y caso aparte, los sobresalientes. Cada uno tomamos un tema en particular, nuestros temas; repetimos o tomamos caminos menos transitados, aprendemos a plantear el problema, a veces nunca lo hacemos, pero lanzamos una premisa que es la naturaleza de nuestra obra, y esa contribución se suma al corpus mayor de la creación de una región o de un país.

 

Es probable que “escritor menor” sea una manera inadecuada de definir a los escritores modestos; un mal escritor es otra cosa, es un aventurado que no tiene oficio; un escritor modesto tiene un posicionamiento histórico, una estética personal, labra sencillamente un estilo y suele tener un grupo de lectores. Las sugerencias que da acerca de la realidad, de la complejísima realidad, componen las ideas del tiempo, y esas mismas ideas forman la superestructura del pensamiento de la época. Algunas son poderosas, se sustentan en la agudeza de una visión más completa, nos dan indicios de nuestra naturaleza, nos revelan algo de nosotros mismos o de nuestra sociedad; algunas otras son como peldaños para alcanzar alturas mayores, alturas a las que otros llegarán.

 

Kafka, por supuesto, no era un escritor malo, ni modesto, ni menor (él mismo contribuyó a esa definición, razonando en el uso de las lenguas menores y mayores); Kafka entendió la intimidad que perdemos en las sociedades modernas, explicó la soledad de los individuos en esos mismos súper sistemas demoledores, y planteó sus ideas de la mejor manera posible para el contexto artístico y social no únicamente de su tiempo: lo planteó con comicidad, pero también como una tragedia. Como es la vida, digamos.

martes, 4 de agosto de 2020

VICENTE ANAYA


Yo nunca conocí a Vicente Anaya, es probable que en mi infancia compartiéramos la Roma, pero tampoco fui a uno de sus talleres. ¿Qué hacía en el año 2000, por qué no me lanzaba a Tijuana o Mexicali para ser mejor persona, para entender mejor la poesía? Andaba yo en uno de esos líos de la vida, empujando y andando. Entonces, no lo recuerdo ni alto ni firme, pero lo recuerdo sonriendo en algunas de las fotografías que hay de él.

 

Me parece que hay dos grupos de imágenes, en las que sale con los infras, y las que circulan abundantemente ahora, cuando ya se ve maduro y elegante, con su barba entrecana.

 

¿Cómo preferiría ser recordado Vicente Anaya?

 

Los compañeros de la localidad lo prefieren chihuahuense, con sus años en Tijuana, para mi siempre fue un chilango que estaba en muchos lugares. Si lo hubiera conocido jamás se me habría ocurrido preguntarle de dónde era, vaya pregunta. Lo cierto es que se daba sus escapadas al norte, y eso decía algo de lo amplio que era su territorio, pero no me imagino que esta o esa fueran su casa.

 

Pero sí me imagino que él se sentía infra, desde entonces y para siempre, y la mejor imagen que tengo de ese caballero de abundante melena, es por su postura en uno de los tres manifiestos infrarrealistas que se publicaron: Tomando en cuenta lo antes dicho, nosotros nos negamos seguir el juego institucional de la “CUL —¿cul no es un prefijo de origen francés?— TURA” que implica la teoría y práctica de los grupúsculos academicistas y sectas reduccionistas que bregan en el poder editorial y que con sus esquemas se vanaglorian de una absoluta corrección sobre lo que “la belleza debe ser”.

 

¿Quién de los infras de las últimas generaciones escribió: “A esos filólogos les encanta usar la lengua”?

 

Y aquí me pongo más rústico: ¿qué es lo que prefieren mirar sus colegas? Aquel tipo antipaceano que era un detractor acérrimo de la cultura oficial, el que escribió que la gravedad del siglo era la cordura y la sensatez, el que creía que la labor del artista no terminaba cuando se publicaban o exponían sus obras, o bien, el tipo tolerante y sabio, bien educado e incapaz de increpar al prójimo.

 

Las buenas costumbres nos remiten a la buena educación también, al bien aprobado respeto, a la bendición de la cortesía. Pero a Vicente Anaya, por respeto también, se le debe relacionar por siempre con los repudiados, con los mal vistos, con los que se entendían con la locura y vociferaban poemas a pie, entre La casa del lago y Bucareli, con los alcohólicos y con los mal publicados.

 

Vicente Anaya era muchas cosas, pero más se le quiere por lo que le escribía a Mirella:

 

Tu hablaste de amar a otro hombre y

Yo me callé como caído a un pozo

silenciando poemas

con los que debí enamorarte.

 

Más se le quiere por creer que las palabras “buenas” y “malas” nada tienen que ver con el ser humano, más se le quiere porque andaba con un grupo de pelafustanes, todos menores que él, queriendo cambiar la manera de entender la realidad.

PUES ES UNA MAMADA PÓSTUMA

Por Jorge Valenzuela




Las palabras exactas de mi amigo fueron: A ver, morro, aviéntate un texto de Anaya para mañana, ¿va? Así, sin saludo, sin preguntar por mi madre o por lo menos invitarme a cenar; sin decir agua va, dirían por ahí. Y también está el aire de superioridad, que a pesar de los años no desaparece. Pero más le he faltado el respeto, y sin saliva, para seguir con las expresiones populares.

 

Anaya. Ana, ya. ¿Qué Anaya?, pregunté y le solté unos cuantos nombres. Tú dame el texto, respondió. Y como en este tiempo de encierro me he dedicado más a resolver sudokus, a hacer origamis y leer un número viejo de Tu mejor maestra, que a aprender a leer mentes, no me queda más que suponer.

 

Como no soy (tan) tonto, pienso que es de José Vicente Anaya de quien debería escribir.

 

Hace tres días que murió y sólo uno de mis contactos publicó algo sobre ello, una foto de una edición vieja y bastante maltratada de Avándaro: ¿aliviane o movida?, lo que me hace pensar que quizá debería empezar a buscar nuevas amistades.

 

En el boletín 772 del INBAL, un encabezado asegura que hay luto en las letras nacionales, por su partida. Afuera, en las calles, en el andar de la gente, en sus rostros, no encuentro seña alguna de ese sentir. Quizá sea por los cubrebocas.

 

Otra página, en la que hay algunos de sus poemas, pone que ha traducido libros de varios autores y agrega, en un paréntesis, que esos trabajos han sido publicados. Me hace gracia. Y me consuela un poco pensar que también él podría encontrarlo divertido.

 

Bolaño escribió en alguna carta que el día en que Mario Santiago muriera se irían literalmente a la chingada varias cosas que nos harían más pobres a los mexicanos. Creo que ahora se han ido otras tantas. Quizá no nos queda más que un montón de miseria y un poco de esperanza.

 

Mi amigo dijo que publicarían la siguiente semana, cuando le pregunté qué, tampoco recibí respuesta. Quizá alguna revistita, de esas que sólo leen los colaboradores y algunos de sus conocidos, sus padres, tal vez. Con algo de suerte será otro tipo de publicación, una que al fin me conceda la humillación a nivel nacional, que hace bastante me esfuerzo por alcanzar. Ya decidirán los dioses.

 

Por cierto, ¿alguien sabe de qué iba el infrarrealismo?